27.11.15


Mi equipaje no había llegado en el avión, luego me enteraría que llegó hasta Dakar. En mitad de la noche Nouadhibou era oscura, polvorienta, ruidosa y llena de vida. Los neones de las pequeñas tiendas y los faros de los coches eran la única iluminación disponible. Buscábamos un pequeño albergue llamado Chinguetti, como la ciudad del desierto a la que unos días más tarde llegaríamos, y no recuerdo cómo, lo encontramos. Allí no había nadie, no había luces, no había recepción; sí había camas, incluso almohadas, por lo que a las doce o la una de la mañana, después de perder todo mi equipaje, poco importaba que no nos registráramos. Simplemente, dormir.

Por la mañana nos despiertan los ruidos de la casa. Bajamos, están haciendo el desayuno, y tras cruzar cuatro palabras con el que dice ser el encargado, un francés enorme con un perfecto español, subo a la terraza. He llegado a Mauritania.

Febrero 2005

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